miércoles, 24 de noviembre de 2010

A la salida

Desde la puerta de entrada que nadie podría haber visto su salón. Nadie lo hace, si llegamos es por la cotidianeidad que supimos conseguir desde que entramos la primera vez en este edificio. Y es algo que hasta hoy, mantiene cierto grado de relatividad en relación a la decisión que tenga el profesor de dar la clase en donde sus ganas reluzcan el empeño por dar la clase y no complicar las cosas. Y uno se sienta, tranquilo. En la llegada.
Ahora se vive entre una concepción abstracta y lejana de lo que se debe hacer y lo que uno realmente quiere hacer. Uno piensa que hay ciertos sacrificios por venir hasta aquí, y estar acá sentado, entonces surge la necesidad de ver la clase como un camino que debemos transitar para aprender, y en ultima instancia lo que debemos hacer es aprender. Pero hay un pequeño enanito viviendo adentro nuestro, y se hace sentir. Es alguien que ya forjamos en nuestra pubertad y que, definitivamente, fue madurando a una altura que en algunos de nuestros días no podemos ignorar. Y ese enanito nos dice que no debemos preocuparnos, porque las cosas de alguna manera se resuelven, y estudiando es el camino mas forzoso e innecesario. Y a veces tiene razón.
Casi como por compromiso, uno llega y conoce la radio y se escucha por primera vez, y no hay nada que hacer, lamentablemente no nacimos con la voz del locutor que venimos escuchando. Pero “comunicación” abre mas caminos, y mas caminos, que a tal punto uno no sabe que tan verídicos y seguros son. Pero nos brinda la confianza de que al menos podemos filmar, o podemos grabar, o podemos televisar, o podemos publicar un fanzine (en caso de sentirse independiente a los grupos que decoran la facultad con carteles coloridos y coquetos, que algunas veces se ven tristes y sin sentido y en caso de tener las repulsivas ganas de decir algo). Y uno se anima.
Empieza a sentir que no es uno más, aunque siempre lo sea, y empieza a decir lo que piensa, incluso a aquellos que por respeto algunas veces hay que callar, uno deja de callarse, y comienza aquí a tomar forma lo de comunicador. El otro responde, uno no se queda atrás, el otro menos, ambos son comunicadores, y cada uno quiere ganarse su lugar de comunicador (Dios, si existe, sabrá donde) porque cree que merece su lugar mas que el otro. Hasta que uno de los dos llega a su punto máximo de inteligencia y observa que no quiere ser más que el otro o que, de hecho, no puede serlo y se siente abatido, o se pregunta que hace charlando de eso con esa persona, y uno se retira de manera educada, o prepotente y fugaz, de ese momento.
Por el momento es difícil salir de la computadora, y uno no deja de escribir, y siente que esta diciendo algo aunque no lo este haciendo. Cosas que decide un profesor, que sanciona nuestras letras, acomodando nuestros textos o simplemente haciendo criticas porque siente que es un deber, o una ley firmada por la asociación de docentes críticos y aptos para la corrección de nuestros textos. Entonces uno se calla, y asiente con la cabeza. Pero afuera del salón, y afuera del sector ciencias politicas, y mas allá aun, afuera de la parada de colectivos, uno no va a dejar de callarse.

Ezequiel D´Amore

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